Comentario
En la tradicional concepción tripartita de la sociedad del Antiguo Régimen el clero aparece, junto a la nobleza, como segundo estamento privilegiado. En realidad, si esta imagen puede sostenerse es refiriéndola en exclusiva al mundo católico, donde el papel de la Iglesia no resultó apenas modificado con la llegada de los tiempos modernos. En cambio, en los ámbitos en los que la Reforma protestante acabó por imponerse se produjo un vuelco en las circunstancias que rodeaban a la organización eclesiástica y a la condición social de sus servidores. Por el momento, en las áreas reformadas los bienes de la Iglesia fueron secularizados, por lo que esta institución se vio privada de las grandes propiedades que había ido vinculando a lo largo de los siglos medievales y que habían servido de cimiento a su poder económico-social. Los pastores protestantes se integraron en sus comunidades en un mayor plano de igualdad, desprendiéndose de muchos de los signos diferenciales que distinguían al clero del resto de la sociedad en el mundo católico. Los establecimientos del clero regular y las propias órdenes religiosas fueron, por último, sencillamente suprimidos.
Con todo ello presente, la realidad de un estamento clerical privilegiado formando parte sustancial de un orden social estamental se circunscribe a aquellos países en los que triunfó el catolicismo, y particularmente -aunque no en exclusiva- a los mediterráneos, con su proyección en el mundo colonial americano en el caso de las Monarquías hispánica y portuguesa. Todo ello sin olvidar que en importantes áreas de Europa oriental prevalecía el Cristianismo ortodoxo, rodeado de sus especiales circunstancias.
El clero católico era relativamente numeroso. En el caso español, bien conocido gracias fundamentalmente a los estudios de A. Domínguez Ortiz, el número de clérigos puede estimarse elevado, en torno a 90.000 a fines del siglo XVI, momento para el que se cuenta con algunos datos fiables. Su distribución geográfica era, sin embargo, muy irregular, ya que tendían a concentrarse en los principales núcleos urbanos. En las ciudades se localizaban los mejores beneficios eclesiásticos y abundaban las posibilidades de allegar medios económicos para el mantenimiento de personas e instituciones. El medio rural, en cambio, se hallaba en cierta medida desatendido desde el punto de vista espiritual.
Al tratar del clero no nos encontramos, obviamente, ante un grupo social cuya pertenencia venga determinada por la cuna. Se podía nacer noble o plebeyo, pero no eclesiástico. El ingreso en el estamento podía efectuarse tanto desde la nobleza como desde el estado llano. Se trataba, por tanto, de un estamento abierto, utilizado frecuentemente como vía de promoción social. Por encima de la vocación religiosa, ésta era la causa que determinaba a muchos individuos a tomar los hábitos. Para miembros integrantes de los grupos acomodados y para los segundones de familias nobles, no llamados a heredar el patrimonio familiar, el clero representaba una forma de alcanzar un medio de vida y una posición, con posibilidades de ascender escalando los peldaños de la carrera eclesiástica. En cambio, para individuos procedentes de los estratos sociales más modestos el clero suponía, cuando podían ingresar en él, un estamento-refugio desde el que se podían eludir las fatigas de la miseria.
El clero distaba de ser un grupo homogéneo. Como en el caso de la nobleza, desde el punto de vista social el conjunto de sus miembros participaba por igual de los privilegios legales del estamento. Éstos eran similares a los de la clase nobiliaria: exención fiscal y jurisdicción exenta eran los más significativos. Sin embargo, pueden tenerse en cuenta diversos criterios para distinguir categorías en el seno del estamento clerical. Una división básica es la que puede establecerse entre el clero secular o diocesano y el regular, adscrito a las diversas órdenes religiosas, cada una de ellas con su red de establecimientos a lo ancho del territorio. Dentro del clero regular, a su vez, debe distinguirse entre órdenes masculinas y femeninas.
Pero, primordialmente, es necesario diferenciar un alto, un mediano y un bajo clero, estratos a los que paralelamente correspondían una específica posición en la jerarquía, una determinada situación económico-social y un distinto grado de instrucción. Puede considerarse, aun a riesgo de simplificar en exceso, que la integración en estos grupos desde el resto de la sociedad se efectuaba de manera horizontal, es decir, el alto clero se nutriría de elementos de la aristocracia; el clero medio, de la mediana y baja nobleza y, en general, de las capas medias de la sociedad; el bajo clero, finalmente, de las clases populares.
En líneas generales, el alto clero estaría formado por obispos y arzobispos, o sea, por las mayores dignidades de la jerarquía eclesiástica, y por los canónigos de los cabildos catedralicios. El clero medio constaría, a su vez, de beneficiados, abades de monasterios y elementos mejor situados del clero parroquial urbano. El bajo clero, lógicamente más numeroso, estaba integrado por simples capellanes, párrocos rurales, estratos inferiores del clero secular urbano y frailes de las órdenes más pobres.